Encuarentenados y a corazón abierto
Cuando la realidad supera la ficción
Te comiste a un chorro. Los 12 apóstoles y el motín de Sierra Chica
por Rosario Villalba
Prólogo
Este es el relato del motín más extenso y sangriento de toda la historia penitenciaria Argentina. Al día de la fecha han pasado 24 años desde lo sucedido. Los reclamos hechos por la población penitenciaria de ese momento siguen estando vigentes, aún después de tanto tiempo. Para los y las lectoras con sensibilidades muy altas, es prudente dar aviso de la atrocidad de los hechos. Para los y las lectoras carentes de conciencia social, el prólogo consistirá solo de números y datos, para no ponerle cara ni nombre a esos números, así por lo menos puedo hacer un esfuerzo para lograr que se queden hasta el final de este relato.
La Defensoría de Casación Bonaerense reveló 276 casos de torturas y tratos inhumanos por parte de ejecutivos policiales y penitenciarios entre Enero y Abril del año 2016.
221 de estos casos corresponden a torturas y tratos crueles. 52 de estos casos eran víctimas menores de 18 años. 121 denunciaron al personal policial y en 95 fueron responsables los penitenciarios.
Se conocieron 18.557 casos de tortura y agravamiento de las condiciones de detención, 12.787 de los casos de tortura denunciaron judicialmente. Hubo 3.582 causas penales iniciadas contra agentes de seguridad y solo 11 fueron caratulados como torturas. La resolución del resto fueron causas leves.
La sobrepoblación penitenciaria llevo la tasa de encarcelamiento provincial a 255 cada 100.000 habitantes, de los cuales un 56% está detenido con prisión preventiva, es decir, todavía no obtiene una condena y muy raramente se cumple la ley conocida como “el 2x1” (que cuentan los días que los presos pasan esperando una condena, privados de su libertad, como dobles). Hay un 59,8% de superpoblación en el sistema penitenciario. Son 34.096 personas alojándose en las 20.732 plazas totales, que a su vez están repartidas en 56 estaciones penitenciarias (2016). De las 145 muertes por cárcel, un 65% eran cuestiones de salud tratables fácilmente. Es decir, muertes evitables.
PRIMERA PARTE:
Quién y dónde.
Marcelo “Popó” Brandán Juárez.
Al momento de los hechos (1996) tenía 28 años, más de una década de cárcel encima y una condena activa de 16 años por reiterados robos calificados y tenencia de armas de guerra. A esto se suma una investigación activa por una presunta violación a un compañero de celda.
Miguel “Chiquito” Acevedo.
Pare ese entonces tenía 24 años. Fue detenido en 1992 por tentativa de homicidio y tuvo muchas conexiones con organizaciones criminales, una investigación abierta por el crimen de otro preso y cuatro intentos de fuga.
Jaime Pérez Sosa.
29 años. Preso desde los 19 años. Arrestado en 1989 por homicidio simple.
Carlos Gorosito Ibáñez.
Tenía 35 años. Fue detenido por última vez el 22 de Septiembre de 1995, por homicidio y robo calificado. Si no reincidió en el sistema, debió salir el 7 de Enero de 2014.
Jorge Alberto Pedraza.
32 años. Condenado en 1987 por homicidio calificado, robo de autos y lesiones graves. Para 1993 ya había participado en dos motines. Llega al penal unos días antes del intento de fuga.
Marcelo Gonzáles Perez.
43 años. Preso desde 1994 por robo calificado a un banco y asociación ilícita.
Víctor Esquivel.
36 años. Preso por privación ilegítima de la libertad.
Óscar Oliveira Sánchez.
25 años. Condenado por robo calificado y privación ilegítima de la libertad. En 1990 se fugó de la cárcel, pero fue recapturado. En 1993 estuvo en un motín en el penal de Mercedes.
Carlos Villalba Mazzei.
33 años. Su última condena de la cual hay registro es por robo calificado. Había reincidido en el sistema seis meses antes de los hechos, por robo.
Héctor Retamar.
41 años. Condenado a perpetua. Preso por robo calificado y homicidio.
Marcelo Vilaseco Quiroga.
26 años. Condena de 21 años por robos, lesiones y tentativa de homicidio. Llega a Sierra Chica apenas 3 meses antes de los hechos.
Héctor Galarza Nanini.
27 años. Detenido desde 1992 por asociación ilícita y amenazas de muerte.
*el resto de internos involucrados serán nombrados durante el relato de los hechos y durante el relato de los juicios. Los recientemente nombrados son los protagonistas del motín y los autores de los crímenes cometidos.
La Unidad Penal N° 2: Sierra Chica
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Establecimiento penitenciario de máxima seguridad ubicado en Olavarría, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
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Es una de las cárceles más antiguas del país, fue inaugurada el 4 de Marzo de 1882, por el presidente de turno, Julio Argentino Roca.
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Fue y sigue siendo propiedad del Estado.
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Es un modelo arquitectónico panóptico, está pensado para que un solo guardia pueda observar el interior los doce pabellones que posee, sin ser visto por los internos.
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Cubre 60 hectáreas y tiene dos plantas. A lo largo de los años los únicos arreglos arquitectónicos fueron la elevación de los muros (7 metros de alto y 1 de ancho).
Esta unidad penitenciaria -como muchas otras– se estancó estructuralmente en el siglo pasado. Sus estructuras quedan atrasadas en materia de tecnología y condiciones básicas de vivienda. Hay falta de insumos de salud, colchones, frazadas, hasta espacio. Hoy en día gran parte de la población penitenciaria come sobre bolsas de residuos por falta de platos, duermen al lado de ratas, cucarachas y otras extensas plagas. La situación se sostiene porque aparentemente la condición de criminalidad les quita la posibilidad de ser escuchados y escuchadas. No hay un espacio seguro para la recepción de visitas de los familiares, no hay regularidad en los chequeos médicos y a menos que se esté al borde de la muerte (lo que sucede más seguido de lo que debería) no se te permite ver a un médico/a porque no hay o porque los guardia cárceles son los que deciden la gravedad de la lesión presentada. Allí adentro no importa cuánto dolor sientas.
Con respecto a la falta de tecnología y recursos arquitectónicos, si no estuvieran en falta probablemente supondrían una mejora en los sistemas de vigilancia y por lo tanto en el orden establecido en esos lugares que se caracterizan por ser tierra de nadie. Pero nuevamente volvemos a un punto reiterativo y francamente cansador; la seguridad no soluciona las problemáticas del abuso de poder y autoridad. Los dejo inundados e inundadas de información técnica. Comencemos con el relato que nos compete.
Segunda Parte:
Lo atroz.
30 de Marzo de 1996
¿Adónde van los libres en Semana Santa? A sus casas. Con sus esposos, esposas, mascotas, padres, madres, hijos, hijas…. Quién sabe. Nadie sabe. Los afectos se dejan en la puerta del penal para los guardias. Pero en estas fechas se elige a los afectos. Por lo tanto, menos vigilancia. Más distensión.
Los doce apóstoles se conocen en ese mismo penal de Olavarría. No fue un plan organizado. El plan fue el intento de fuga, finalmente fallido, que más tarde desembocaría en un motín salvaje y sangriento. Brandán Juárez no sabía esto, ni él ni su banda planearon están amotinados ocho días, llenos de caos en tierra de nadie. Por lo cual procedieron con lo planeado.
Juárez entra a la oficina de un empleado administrativo y le pide permiso para usar el teléfono público. Segundos después, Galarza y Salazar, otros dos internos que ayudaban a Juárez, estando armados, sorprendieron a los policías y les exigieron que les entreguen sus armas. Por el pasillo, otros cuatro internos armados con facas, llegaban a la escena. Eran Esquivel, Cóccaro, Pérez y Ocanto. Toman de rehenes a siete personas.
Afuera, un grupo de presos “afiliados” a Juárez, a su banda y a su plan de fuga, generan una distracción en la cancha de fútbol del penal, donde se encontraba el operativo de seguridad más fuerte. Pedraza, Ibáñez, Juárez, Barrionuevo y Olivera Sánchez son avistados por el guardia Walter Vivas, que da la señal del intento de fuga de aquellos internos y no duda en hacerlos retroceder con un par de tiros. Barrionuevo recibe un balazo a quemarropa. Muere a los dos días. Los rehenes a los que ya habían tomado fueron usados de escudos humanos. Algunos de ellos recibieron balazos de sus compañeros.
El grupo de presos se refugia con los siete rehenes en uno de los pabellones. Allí se cruzan con un médico y tres curas evangélicos, quienes estaban de visita en el penal ese día. Se suman a la lista de rehenes. Dios no los salvaría en esa instancia, así que se esperanzaron cuando vieron que el director del penal se acercaba a los internos para negociar. La respuesta fueron varias balas muy cerca del cuerpo del hombre. Hasta allí llegaron las negociaciones con él.
Fuera del penal las noticias corrían rápido, solo las que convenían a los medios de televisión. A las familias les informaron poco y nada durante todo el periodo en el que transcurrió el motín. Era un marzo frío y allí estaban las madres, padres, esposas, amigos y amigas. Esperando sentados en reposeras decadentes que no salían del lavadero desde principio de década. Tapándose con mantas que ya habían sido arruinadas vaya a saber una por qué, tomando mates lavados y meramente calientes. Escuchando de fondo los disparos provenientes del interior del penal. Asustados. Pendientes. Petrificados de frío y de miedo.
La condición de hijo no se deja en la puerta del penal. El rol de madre o de padre no se define por una condena judicial. Así que allí estaban, tiritando y sin registrar el frío.
Se comienzan a desplegar operativos policiales junto a las familias. Pocas horas más tarde llega la jueza María Mercedes Malere a la escena. Siete horas después, de intensa deliberación para definir como proseguir con la situación, la jueza y otras autoridades del penal ingresan al recinto para negociar con Brandán Juárez. La confusión y la desesperación de las autoridades acrecentaron, cuando ven cómo apuntan un arma a la cabeza de Malere, también a la de las autoridades que la acompañaban. Fueron llevados a la terraza del penal y colocados contra el paredón, haciéndole frente al grupo Halcón, que había desplegado a sus oficiales en los perímetros de la unidad N°2.
-“Me dijeron que no me preocupe, que no iba a tocar el suelo” – declara la jueza y ex-rehén en el juicio contra los internos.
Cuando ingresan estos nuevos rehenes, liberan a dos guardias que habían resultado heridos en el enfrentamiento que dio inicio a este motín. Las autoridades se sorprenden y no tiene otra opción que concederles lo que les pedían a cambio de los dos hombres heridos: cuatro policías.
La situación en el interior del penal no veía más que tensiones. La banda de Brandán Juárez decidió que aprovecharía la situación para descartar a la banda de Agapito Lencinas, los “arruinaguachos”. Se los llamaba así porque estaban acusados de violar a otros presos o a sus familiares, dentro del penal. Además, según los 12 apóstoles, trabajaban para la policía, les notificaban sobre intentos de fuga y podían manejarse con armas blancas sin ningún problema. El caos no tardaría en desatarse.
1 de Abril de 1996
La noche había sido confusa. Las fogatas que se mantuvieron encendidas en los techos del penal ya estaban apagadas y las primeras horas habían pasado sin ningún mayor inconveniente. Por lo menos no hubo registro de ninguno durante esos primeros días.
A las 10.00 a.m. uno de los miembros del bando de Lencinas fue rodeado por cuatro presos. Es aquí cuando el desastre realmente comienza. Un balazo y varias puñaladas después, el cadáver de este interno quedaba abandonado en el patio del penal. ¿Abandonado para qué? Para ir a asesinar a otros presos. En menos de media hora ya había seis cuerpos sin vida repartidos en el perímetro. El bando de los Apóstoles finalmente se encontró con Agapito Lencinas, que apenas se dio cuenta de lo sucedido intentó defenderse. No obtuvo éxito.
Un tiro en la nuca y “facazos” de varios. Perdió la vida. Luego la cabeza.
Qué final tan morboso para un cuerpo el de ser decapitado, como lo fue Lencinas. Mientras ese rostro sin vida ni cuerpo quedaba tirado en el patio del penal, los apóstoles armaban un arco de fútbol y procedían a patear la cabeza del muerto y a festejar los goles que metían con la misma.
“Se movía lento, como si fuese de plomo”- dijeron los presos que fueron testigos del hecho.
Bajo ningún concepto debería ser válida o verdadera esa comparación. Cabeza y plomo.
Arrastraron los siete cuerpos al pabellón de castigo. Allí, con un interno al que le decían King Kong, descuartizaron a los cadáveres y los metieron en ollas para hacer más cómodo el traslado de los cuerpos desmembrados al horno de la panadería del penal.
King Kong antes de reincidir en la cárcel laburaba en un frigorífico.
¿Alguien habrá agarrado la cabeza de Lencinas?
¿Las familias de los muertos habrán estado afuera mientras todo sucedía?
De las ollas sobresalían las partes. Ya en la panadería del penal procedieron a simular un partido de golf con la cabeza de otro de los cadáveres y a cremar las partes del resto. Desde afuera solo se veía un humo blanco que, incesantemente, salía de las chimeneas.
Hicieron empanadas con la nalga de uno de los cuerpos.
¿A quién se le ocurrió la idea?
Dejaron reposar en la heladera las empanadas de carne humana durante un día entero. Se las sirvieron a cuatro guardias que habían tomado de rehenes. Cuando terminaban de masticar y de tragar todo ese horror, les preguntaban.
-¿Te gustó?
-Si está buena, está como dulce.
-Te comiste a un chorro. Ahora vas a ser mejor persona.
Víctimas involuntarias de canibalismo.
¿Cómo se vuelve de eso?
José Cepeda Pérez fue uno de los cadáveres, pero no era un “arruinaguachos”, era uno de los suyos. Para su mala suerte se negó a descuartizar los cadáveres. Lo mataron a cuchillazos y sufrió el mismo destino que los otros cuerpos: directo al horno.
Afuera del penal nadie sabía lo que sucedía, seguía alimentado el miedo por los gritos y los disparos que se escuchaban. Por la noche, los internos salían a hacer fogatas a los techos del penal. En ese momento los medios aprovechaban para intentar comunicarse con los presos y que quede televisado. Se gritaban a metros de distancia. Algún periodista de turno de Telefé consiguió registro de esto. Es uno de los registros más conocidos del momento de los hechos. El periodista primero les pregunta por la jueza, si estaba bien y si había algún rehén herido.
-Mientras no entren la jueza va a estar bien. Hay tres heridos.- contestó alguno.
-¿Qué es lo que piden en este momento?
-¡Que digan la verdad, lo que pasa con la gente de Sierra!
-¿Y si entra la policía?
-Matamos a la jueza, es la única (opción) que nos queda.
La contraparte del revuelo de estos bandos descontrolados, fueron los internos del pabellón 10, que junto a algunos otros que se habían refugiado en la capilla del penal, se amontonaron durante todo el motín, en el pabellón de género. Vivieron comiendo pedazos de pan viejo que les tiraba algún compañero cuando no había nadie peligroso cerca y bebiendo su propia orina para no deshidratarse. Todo esto durante ocho días.
4 de Abril de 1996, jueves santo.
En los días anteriores las negociaciones no habían llegado a buen puerto. Los doce apóstoles querían armas y autos para escapar. “Queremos pirarnos o matamos a los rehenes” decían. Los presos preparaban “pajarito”, levadura fermentada, agua hervida y cáscaras de fruta. Se emborrachaban mientras el gobernador de la provincia, Eduardo Duhalde, rechazaba la posibilidad de entrar al penal por la fuerza, por el peligro que implicaría para la jueza.
El jueves santo, los presos entregaban un petitorio y en este reclamaban la aceleración de las causas judiciales todavía no resueltas, la implementación de la ley “2x1” y el pedido de traslado de los doce apóstoles a un penal federal, por el miedo a las posibles represalias de los funcionarios de la prisión. Allí también dejan en registro que entregarían el penal recién el día domingo. Querían que el suyo fuese el motín más largo de la historia Argentina.
7 de Abril de 1996, domingo de pascua
“Yo no entrego el penal si no me traen a mi vieja” dijo Brandán Juárez a las autoridades.
Al criminal le cayó la ficha, ahí se terminaba todo. Un hombre violento, ladrón y asesino pidiendo por su madre. Repito, la condición de hijo no se deja en la puerta del penal y el rol de madre no se define por una condena. En esa frase se dejaba el disfraz de pibe malo. En esa frase Juárez recupera lo que le quedaba de humanidad.
Pidió por su vieja, ¿quién no hubiese hecho lo mismo?
La madre no podría llegar hasta las ocho de la noche, esto detendría y pospondría el operativo hasta el otro día.
Uno de los internos, quién ya estaba hace mucho tiempo en la cárcel y ya no quería tener más nada que ver con el motín, se contacta clandestinamente con las autoridades y les pide pastillas. Eran para Brandán Juárez.
No tuvieron que gastarse en darle los sedantes en contra de su voluntad, el otro apodo del interno, además de “Popó”, era “Falopa”. Se tomó las pastillas sin pensarlo dos veces.
Lo sacaron de la cárcel dopado y casi sin poder caminar, junto a los otros líderes y responsables de los hechos. No opusieron resistencia.
Ocho días, ocho muertos, muchos heridos y una tanda de empanadas después, el motín de Sierra Chica, el más largo y sangriento de la historia, finalizaba.
TERCERA PARTE:
Lo inevitable.
14 de Abril del 2000, cuatro años después.
El procedimiento para el juicio exige que el procesado esté libre en su persona. Este no fue el caso. Debido a la peligrosidad y a la entidad numérica de los enjuiciados (24), el juez Adolfo Rocha Campos idea un sistema que no violaba ninguna de las exigencias del procedimiento.
El juicio se realizó dentro de la Unidad Penitenciaria N°29 de Olmos. Los internos fueron puestos en jaulas y vigilados por más de 120 policías y bastantes perros. Estas estructuras donde ubicaron a los internos, estaban a 200 metros de los jueces. Parece ser que este sistema fue utilizado por primera y única vez en la República Argentina, exclusivamente para este caso.
En las declaraciones, solo cuatro o cinco personas de las 24 que estaban acusadas, dijeron que vieron algo. Fueron esos testimonios los que permitieron la sentencia. Las otras declaraciones eran de la índole del famoso “Si pasó, pasó y yo no me enteré”.
Las pruebas fueron claras, cuando se entregó el penal faltaban internos, los testimonios avalaron esas faltas y las pericias encontraron restos humanos en los hornos de la penitenciaría, era una ecuación que se resolvía sola.
Las condenas fueron las siguientes:
Condenados a prisión perpetua por cargos de homicidio/ejecución de otro en estado de indefensión: Pedraza, Murguía, Brandán, Acevedo, Esquivel y Ruíz Dávalos.
Condenados a prisión perpetua con posibilidad de condena condicional por cargos de secuestro/aprensión ilegal de la persona (15 años): Acuña, Galarza, Salazar, Oliveira, Troncaso, Cóccaro, Pérez, Ibáñez.
Condenados por aprehensión ilegal de la persona y participación necesaria (12 años): Ocanto, Bricka
Condenados por participación pasiva o involuntaria en actos criminales(6 meses): López Blanco
Absueltos: Alejandro Ramírez.
El después.
“La C es de calle, cárcel y cementerio”
Martín Granovsky, entrevista al Obispo de Viena, para el diario Página 12.
El 50% o más de los condenados por este suceso, lograron cumplir la condena y salir libres, para después, en promedio tres meses más tarde, volver a ser encarcelados por otros crímenes.
La C de la calle. Los pibes de la calle. Los pibes nacidos en cunas, familias y barrios marginales. Es muy fácil pensar que es una opción para todos y todas escapar de los “mandatos familiares”, porque estos son un problema para la gente de clase media-baja. Los mandatos que pesan son los socioeconómicos y culturales, los que son inevitables y sobre los que nos dicen que son intratables, “una plaga”. Los y las pibas que nacen y crecen en la calle, se quedan en la calle, no aprenden otra cosa, no tienen ni las herramientas, ni se les ha dado la voz para que logren un reclamo tangente.
La C de cárcel. ¿Ir a la cárcel, en las condiciones en las que se está, es recibir justicia? ¿Hacer lo “justo”? Según la ley – no la realidad – el único derecho que se pierde estando preso, es el de la libertad. ¿Realmente estamos esperando que alguien se reintegre productivamente a la sociedad cuando duerme amontonado en celdas construidas hace 200 años, comiendo en bolsas de basura y estando atento de que no lo asesine ni el policía de turno, ni el otro interno? ¿Cómo podemos llegar a tener una idea, nosotros y nosotras, gente blanca y privilegiada? Estoy escribiendo sobre situaciones que probablemente nunca me toque vivir y esforzándome para que salgan reflexiones y lo único que salen de mí son más preguntas.
La cárcel es el depósito de “negros de mierda” que se gastan nuestros impuestos. La doble moral condicionada por el patrimonio, la casa, el barrio y el color de piel. A los femicidas blancos y a los ricos blancos, como siempre varones, no les podemos permitir que pasen un día de más cumpliendo su condena, o hasta por ahí les dejamos pasar diez añitos, de onda. ¿Saben por qué? Porque pueden pagar una defensa.
La C de cementerio. La C de “suicidios”. Se tortura, se agrede, se permiten situaciones extremadamente violentas y se abusa del poder. Hace años que en cada rincón del país se habla de lo horripilante que fue el terrorismo de Estado, decimos Nunca Más, nos encausamos por los que faltan para que no vuelvan a faltar. ¿Qué pasa con los lugares a los cuales el estado no llega hace años? Esos rincones marginales de estructuras inmensas que albergan a todas los problemas de la sociedad. El problema somos los libres que le sacamos la humanidad a los que no lo son.
El motín de Sierra Chica fue un detonante, el peor escenario posible. Que no se mal interprete, todo lo sucedido fue injustificable y justamente penado. No tengo respuestas para el porqué de lo sucedido, o para las razones de ser de los criminales. Tengo preguntas cuyas respuestas tienen que dejar de estar en manos de unos pocos, que no salen de sus cargos hace años por arreglos entre amigos poderosos. Hasta que la discusión no baje a nuestro nivel, no podemos apropiarnos del derecho a hacer las preguntas y los reclamos correctos. La discusión es entre nosotras y nosotros. Es en lo popular que nos podemos adueñar de posiciones y conocimientos que puedan estar más allá de estar a favor o en contra de algo. No soy un hombre blanco, rico y funcionario amigo de. Jamás lo seré. Es por eso que solo tengo preguntas, dudas, planteos.
¿Estamos ejerciendo bien la justicia si le dejamos a la población carcelaria lo justo y necesario para vivir (solo algunos/as, los que tengan suerte)?
¿No nos importa porque no tenemos referencias de la gravedad del asunto?
¿Cómo reaccionaríamos nosotros/as que estamos en libertad si el Estado nos privara de la salud y la vivienda digna, educación, etc.?
¿Las políticas públicas ya existentes ayudan a ex convictos/as a la reinserción productiva a la sociedad?
¿Estamos justificando el desamparo del estado a esa gran parte de la población por sus condiciones sociales?
¿Por qué justificamos la falta de derechos humanos en referencia a la gravedad del delito cometido?
¿Por qué no sabíamos que más de la mitad de la población penitenciaria está con prisión preventiva esperando una condena?
¿Qué los y las hace tan violentos? ¿Hay manera de prevenir? Si no la hay ¿podemos curar, sanar, o procurar?
¿Por qué no nos importa?