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Salir de la jaula. Relato sobre la trata

por Martina Lucini y Malena Berón

Prólogo 

Para introducir a esta lectura nos gustaría comenzar puntualizando que nuestro relato está basado en hechos reales, ya que esta es la historia de Alika Kinan, una sobreviviente de la trata de personas. Gracias a su testimonio y a las entrevistas que dió contando su experiencia, en este relato nos vamos a basar en un hecho puntual en su historia: la noche en la cual la policía decide clausurar el boliche donde ella y sus compañeras estaban “trabajando”,  el Sheik.
En este relato nosotras buscamos focalizarnos en una Alika joven y vulnerable y también describir el contexto que la rodeaba, además haremos un paralelismo con la Alika del presente, aquella mujer la cual se da cuenta de que en ese prostíbulo no estaba trabajando: estaba siendo esclavizada.

 

¿Trabajo o Explotación?
 

La música sonaba fuerte y el ambiente era pesado como todas las noches en el “Sheik”, el prostíbulo más conocido de Ushuaia. Hombres bien vestidos, con un vaso de alcohol en la mano, sentados con un cigarrillo o un habano soltando el humo en la cara de mis compañeras, o en mi propia cara, nuestras caras, las caras de las pibas que teníamos que andar dando vueltas por el lugar con nuestra mejor prestancia, siempre arregladas, maquilladas, con rico perfume y la sonrisa intacta, con los trajes ajustados y reveladores, siempre apostando a dejar algo para la imaginación de estos señores, y si despertabas su interés (lo cual siempre pasaba), ellos estarían dispuestos a pagar el precio por un rato de tu compañía.
Así funcionaba: el boliche abría sus puertas a los “clientes”, a aquellos quienes necesitaran de una señorita joven y hermosa que los hiciera sentir menos miserables por un par de  horas, y ahí entramos nosotras, las señoritas en cuestión, quienes no solíamos cuestionarnos nada, quienes ni siquiera medíamos la gravedad del asunto, (y si lo hacíamos), rápidamente se nos ofrecía algún tipo de sustancia que nos ayudara a no pensar, a no sentir, porque nunca se trataba de sentir, se trataba de dar y “recibir”. La parte de dar estaba clarísima, dar mi cuerpo por algo de guita a cambio, la parte de recibir era inconclusa, porque ni siquiera esa guita iba toda para mí.
Así era nuestra rutina, iniciaba todos los días a las once de la noche, y nunca sabíamos cuándo terminaba nuestro turno, a veces era a las 5 de la mañana, otras a las 6, hubo veces en las que terminamos a las 2 de la tarde, todo dependía de los clientes y de lo que ellos querían...
Aquella noche era una noche como todas las demás, todo iba regular, hasta que a mitad de la noche la música se corta de repente y por un instante pensé que nos estaban robando. 
Pero no, habían caído un par de camiones de la gendarmería que venía a clausurar el lugar, a llevarse a aquellos que lo manejaban, y sobre todo, a rescatarnos, sólo que nosotras en ese momento no lo vimos de la misma manera.
Recuerdo haber estado en una habitación con un cliente, al igual que mis compañeras y al ver las camionetas que se acumulaban, sentí miedo y desesperación. “Nos van a robar”, “Nos van a violar” o “no nos van a pagar” fueron algunos de los pensamientos y sentimientos que surgieron por parte de las chicas  en ese instante. “Vamos a ir todas presas” dijo Fanny, una de ellas.
En ese momento no nos dábamos cuenta de la realidad en la que estábamos viviendo, no sabíamos que la aparición de la policía fue lo mejor que nos pudo pasar,   teníamos una percepción muy distinta, distorsionada, arruinada, alienada de nuestra realidad y entorno. 
En el momento en que uno de los gendarmes se aproximó a la puerta y exigió que los dejáramos entrar, le grité desde el otro lado de la puerta:
 “-¡Esta es una casa de familia!-”, seguro se habrá reído al ver a una mujer de un prostíbulo decir semejante excusa, delirando completamente, defendiendo lo indefendible. Hasta le habré dado lastima al gorra... 
Finalmente lograron su cometido: la policía clausuró el lugar y (en lo que a nosotras respecta), nos contuvieron y brindaron soporte psicológico para afrontar el siguiente paso en nuestra vida: la libertad, el temor al desconocimiento de algo que nunca tuvo que ser extraño para nosotras, estábamos volviendo a conocer algo que nos arrebataron pero que siempre tuvo que ser nuestro, el ser libres.

Durante el juicio y todo lo que este significó para mí, sentí una mezcla de sensaciones inexplicables. En ese entonces yo sentía un gran afecto hacia mis fiolos, ellos me habían dado un trabajo, una casa, una cama, yo sentí que al fin, después de mucho sufrimiento, había encontrado un hogar, que irónico, ¿no? Al final del día me doy cuenta de que en ese entonces yo era simplemente una mujer sola que necesitaba de ayuda y contención, y de alguna forma había encontrado eso en esos delicuentes a los que alguna vez consideré cercanos. El proceso de darme cuenta, de despertarme, llevó un tiempo, por lo cual al inicio de los juicios y procedimientos legales, yo sentía que los estaba traicionando, yo los quería, y de una u otra forma me sentía culpable por declarar en su contra. 

Uno en base a lo que lee en diarios y noticieros, cree que la única forma de conseguir esclavas sexuales es mediante el secuestro, pero en realidad no, el sometimiento sexual puede nacer de distintas formas. A mí nadie me secuestró ni me obligó, a mí me convencieron, yo estaba atravesando por un momento demasiado difícil y complicado, dónde me encontraba muy vulnerable, por lo cual la propuesta que me hizo una piba, la acepté sin dudarlo, ni siquiera hice demasiadas preguntas, necesitaba urgentemente a alguien que me ayudara a salir de esa situación. Las pibas pobres son las más vulnerables, la prostitución no es elección si una de las variantes es no comer, cuando tocás fondo y no hay otra salida aceptás la mano de quien te hizo creer que te puede ayudar, cuando en realidad lo único que va a hacer es seguir hundiendote, usándote, poniéndote un precio, vendiendote. Estas redes se aprovechan de la vulnerabilidad de las mujeres, a tal punto de “dominarlas” y manipularlas tanto que ellas no conocen otro tipo de vida más que esta, no conocen sus derechos, por lo cual ellas se vuelven presas sin saberlo. 

Cuando el juicio se estaba llevando a cabo, me llegó un mensaje de una chica de la misma red (menor de edad) que decía lo siguiente: "¿Cómo pudiste ser tan desagradecida y haberles pagado con lo que les hiciste?", y ahí me di cuenta de cómo cuesta darse cuenta de que la persona que supuestamente te brindaba un apoyo o un sustento, en realidad es un delincuente y un degenerado, no es nada fácil y no se lo deseo a nadie. Y justamente los degenerados tienen un rol muy activo en todo esto, si ellos no buscasen avalar este tipo de esclavitud a través de vender y comprar nuestros cuerpos, este negocio no existiría: sin clientes no hay trata.
Bueno, mi yo del pasado lo veía así, como si estar en ese putero de mala muerte fuera lo mejor que me podría haber pasado, como si yo fuese una privilegiada por poder trabajar… solo que eso no era trabajo, eso era explotación.

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