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Ramón Peralta:  El demonio compañero del Ángel

por León Ramírez

Prólogo
Ramón Peralta fue el primer cómplice de Carlos Eduardo Robledo Puch, uno de los mayores criminales de la historia argentina, y la persona que lleva más años preso en el país. La dupla realizó más de veinte robos y no dejó vivo a ningún testigo.
Su familia dice que era un chico de buen corazón, que quería retirarse del delito, pero que el monstruo de Puch lo arruinó… ¿Es esa la verdadera historia?

                                             

Estoy tirado en la cama de la pieza del hotel, esperándolo.  Se fue a tratar de conseguir un auto, así que, por suerte, me dejó un rato tranquilo.
Acabo de terminar mi último faso, me ayuda a tomar una decisión.
No quiero seguir trabajando con él. Me está empezando a dar un poco de miedo. 
Fue loco lo rápido que pasó todo y cómo llegamos hasta acá. 
Cuando nos echaron del colegio y empezamos a robar juntos, sabía que Puch era igual de salvaje que yo.  
Yo ya había robado motos, pero no me gustaba trabajar solo y además quería ir por cosas más grandes.   En el colegio aprendimos a usar sopletes y nos dimos cuenta de que eso podía ayudarnos con las cajas fuertes.  Pero a robos más grandes, riesgos mayores.  Con Puch hicimos el juramento de no dejar nunca testigos vivos.  Quedamos en que él se iba a ocupar de eso y por un tiempo hicimos buen equipo.
Nadie sospechaba de nosotros y menos de él.  Sabe hablar bien, tiene buena pinta, nadie que lo vea se imagina que está estudiando el lugar para asaltarlo. Ni que puede matar por la espalda sin que se le mueva un pelo; es más, creo que lo disfruta.
Ni los viejos tienen idea de lo que es capaz su angelito.  No los conozco mucho, y Puch habla poco de ellos. Pero creo que no se imaginan quién es su hijo realmente. Puch vivió siempre en Vicente López con ellos y con su abuela Josefa.   El viejo es inspector de agencias de autos y siempre está viajando.  Nunca le prestó mucha atención; el tipo es muy rígido y muy exigente.  La vieja es profesora de inglés y al revés del padre, es una pesada. Siempre sobreprotegiéndolo. Siempre perdonándole todo. Lo que sé es que son descendientes de alemanes, muy tacaños.  En su último cumpleaños cuando nos tomábamos unas cervezas Puch me dijo:
-Yo siempre fui un zonzo, nunca pedía nada para mis cumpleaños, me conformaba con lo que me regalaban.  Mi vieja me regalaba soquetes, calzoncillos, una remera.  Los dos regalos más lindos que recibí en mi vida fueron un triciclo y un camión cisterna que me dieron para Reyes.  ¡Ahora, lo que quiero tampoco lo pido, lo agarro nomás! Jajaja.
Puch se rio de su ocurrencia y se puso a bailar solo, estaba feliz de no depender de nadie.  En eso lo entiendo.  Yo tuve menos que él cuando era chico allá en Rosario, por eso empecé a robar las limosnas en las iglesias. Después seguí con las motos y cuando nos juntamos con Puch ya no hubo límites.  Tuvimos lo que quisimos: autos, relojes, motos, minitas, todo.
La primera vez que robamos juntos fue cuando entramos a una casa de venta de repuestos para autos.  Antes de hacer nada, Puch sacó el revólver y lo mató al desgraciado del encargado sin pensarlo. Estaba durmiendo, el tipo ni se enteró. Creo que para matar una cucaracha lo debe pensar un poco más.  Después, le disparó dos balazos a la mina.  Estaba buena la vieja.  Apareció en camisón y me calenté.  Toda esta cosa del robo te da mucha adrenalina y es muy excitante.  Me apuré a violarla antes de que se muriera así todavía estaba calentita.  Fue muy fácil, no se podía resistir.  Y al final, la loca no se murió. Me parece que a Puch no le gustó demasiado pero bueno, una cosa es violar y otra es matar.  Él les había disparado a los dos sin pestañear. Esa noche robamos $350.000 y unos repuestos que Puch quería para su 600. 
Después de eso, vino el robo al bar al que entramos por la ventana.  Ahí fue cuando mató a los dos tipos que dormían.  Lo gracioso es que ellos ni siquiera habían aparecido.  Puch abrió una puerta y los encontró durmiendo.  Les disparó varias veces.  Nunca se enteraron de lo que había pasado.  Esa noche conseguimos casi $2.000.000 y los gastamos todo en boliches, bares y mujeres. 
El robo más grande fue al Supermercado Tanty. Entramos por los techos.  Puch es hábil para esas cosas.  Abrió una chapa con una barreta y después bajamos con unas cuerdas de nylon.  Pero el sereno nos escuchó y se apareció entre las góndolas.  Puch le disparó dos tiros por la espalda y el tipo se derrumbó. En la caja había $5.000.000. Estábamos tan contentos que abrimos una botella de whisky y nos pusimos a bailar en la oscuridad alrededor del muerto. A los dos nos gusta bailar, pero yo lo hago mejor.  Después de eso, estuvimos como veinte días de fiesta, boliche, alcohol, y minitas. 
Pero a mí la que me tenía loco era esta minita la “Turca” que me cruzaba todo el tiempo en los boliches de Olivos.  Estaba muy caliente con ella, la pendeja me excitaba muchísimo.
Esa noche le dije a Puch que quería que me la consiguiera.  Me hizo berrinche porque estábamos sin auto, así que fui y robé un Dodge Polara de un garaje de Constitución, acá cerca del hotel.  Le disparé al sereno y me llevé el auto.  Fue la única vez que maté, eso se lo dejo siempre a Puch, pero estaba muy caliente con la mina, así que no quería perder más tiempo.
Anduvimos dando vueltas por la zona de Olivos hasta que la encontramos.  Pollerita corta, labios furiosos de rojo.  Yo no aguantaba más.  Puch se bajó del auto con el revólver y la obligó a subir.  Tomé Panamericana y me estacioné en un costado del camino.  Ahí le dije a Puch que se bajara del auto y me pasé al asiento de atrás. Ella se quiso resistir, (¡¿Ahora se venía a hacer la difícil?!) pero la violé igual. Cuando terminé, la minita temblaba como una hoja. Entonces, me di cuenta de que estaba todo mal. Ella me conocía y me iba a denunciar al toque. Nos bajamos del auto y le dije que se fuera. Empezó a correr y entonces…
-Dale. Le dije a “Puchito”
Le disparó cinco tiros por la espalda.  Cayó redonda al piso.  Él tiene eso: no le interesan las chicas.  A mí no me gusta andar matando gente, pero las mujeres me vuelven loco.
La cuestión es que nos fuimos de ahí corriendo a todo lo que daba el Polara para que no nos siguieran.  Y en eso perdí el control y choqué con un cartel indicador.  Tuvimos que sacar el auto de la autopista y dejarlo abandonado porque no lo pude hacer arrancar.  Terminamos volviendo en el 215.  ¡Qué noche más loca! ¡Estuvo muy buena! Aunque creo que Puch no la disfrutó tanto.
Y después vino lo de hace un mes.  Puch andaba feliz con su Dodge GTX nuevo.  Lo compró después de vender el 600.  Yo estaba caliente con la Ojeda.  Teníamos muchas mujeres, pero esta me ignoraba y yo la tenía entre ceja y ceja.  Así que esa noche la esperamos a la salida del boliche “Katoa”.  Puch la obligó a subir al auto y yo arranqué para el mismo lugar donde había sido lo de Virginia hacía poco más de diez días.  Estacioné y me pasé al asiento de atrás. Y ahí empecé a forcejear con la mina porque tenía mucha fuerza.  Debía saber karate porque se defendía muy bien y me pegó un par de patadas que me dejaron seco.  Al final me cansé y le dije que se fuera.  Esta vez no hizo falta que le dijera nada a Puch. Cuando la minita salió corriendo, agarró el revólver y le metió siete balazos por la espalda.  Pero lo más raro fue lo que hizo después: fue hasta el cuerpo y le sacó plata y un encendedor; pero antes de subir al auto, se paró, miró el cadáver, tomó puntería y le destrozó la mano de un balazo.  Ahí me empezó a dar miedo.
Y además, ahora me doy cuenta de que me parece que es maricón. Ayer, cuando entramos a robar en la joyería se tiró todos los collares encima y no paraba de mirarse en los espejos.  Y cuando me quedé dormido me desnudó y me los tiró encima del miembro.  Me desperté sin entender nada. Ya otras veces se me quedó mirando fijo o hizo berrinche cuando me tiré a alguna minita. No se me despega, todo el tiempo atrás mío. Pero yo no soy maricón, que ni lo sueñe.
Así que fue suficiente, me cansé.  Hacer estas cosas ya no me provoca la misma sensación.  
Yo siempre quise ser actor. 
Quiero ser famoso. Quiero hacer películas. Quiero salir en las revistas.
Voy a aceptar la oferta de participar en “Música en libertad” en el Canal 9.  Yo soy un ganador con las mujeres.  Se van a volver locas. Van a ver que soy distinto.  Capaz que para el verano ya consigo algún papel en una novela.  
Hoy mismo hablo con Puch... Pero sólo si viene con un auto…
Lo voy a dejar manejar a él. Y voy a aprovechar que esté manejando para decirle que me voy, que largo todo. Quiero que tenga las manos ocupadas en el volante, lejos del revólver. Nunca se sabe cómo puede reaccionar este loco de mierda…

Epílogo
El 5 de agosto de 1971 Ramón Peralta murió en un accidente de tránsito en la esquina de Cabildo y Quesada, en Núñez. La camioneta en la que viajaba chocó de frente contra un taxi. Conducía Carlos Robledo Puch.  Tenía 17 años.

 

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