top of page

Mi día a día. Tal vez la palabra de una, sea la de todas

Anónimo

“Trata de comprender antes de ser comprendido.” - Stephen Covey


Prólogo

Desde hace un año (2019 si soy exacta) comencé a interesarme por aquello que tanto conocemos como feminismo, esa búsqueda de la igualdad entre los hombres y las mujeres que pareciera ser una meta casi imposible. Era y aún es duro ver que tan sólo al prender la televisión, en tan sólo ese instante, lo primero que encontramos son generalmente noticias acerca de mujeres desaparecidas, muertas, que sufrieron acoso o violencia, entre otros. ¿En algún momento esto va a parar? Sinceramente quisiera saberlo, pero por ahora nada más me queda tener esperanzas de un posible cambio, de que esto no vuelva a repetirse, de que dejemos de normalizar esta situación que nos afecta a todas. Aún así, si me preguntaran si soy feminista mi respuesta sería un no, pero no porque esté en contra de esa ideología ni mucho menos, sino porque me parece que es una etiqueta que genera diferencias y separaciones entre las personas. Coincido con sus objetivos, pero prefiero no llamarme feminista. Creo que la razón principal y causante de los casos mencionados es esa idea errónea que aún existe de la cosificación de la mujer, de creer que puede ser usada como un objeto y que no tiene valor o derecho alguno. 
A comienzos del año 2020, hubo en Villa Gesell un asesinato muy desgarrador que llamó la atención de todo el país, el asesinato de Fernando Báez Sosa. Nunca en mi vida vi una reacción tan marcada (por así decirlo) por parte de la gente. El país entero movió montañas con tal de lograr solucionar ese caso, incluso el presidente habló acerca de ello. Todos los medios hablaban de él y los causantes, lo cual duró casi dos meses. Es como si de repente los otros tantos asesinatos que involucraban a ciertas mujeres hubieran pasado a segundo plano. Puedo afirmar que el caso de Fernando Báez Sosa fue uno de los muy pocos en los cuales la justicia intervino como debía. Realmente me pregunto si la gente llegó a normalizar el hecho de que las mujeres desapareciéramos como si nada, a tal punto que ya no hay tanta preocupación, y es eso lo que más me aterra. 
Es por estas razones y muchas más que escribo este relato para contar cómo vivimos, al menos la mayoría de las mujeres en la actualidad, y a qué nos enfrentamos en nuestro día a día. El relato estará basado a partir de algunos testimonios y hechos reales que les sucedieron a muchas mujeres, y mi experiencia personal. Presentaré a continuación una historia narrada por un personaje que inventé para contarlos. Espero que quienes lo lean puedan entender, comprender y empatizar con nosotras. 

 

Soy Romina, tengo 16 y estoy a tan sólo dos años de cumplir 18. Soy alumna del colegio Carlos Pellegrini, un colegio cercano al Village Cines y otros centros conocidos. Ya casi termina el año y estoy un poco ansiosa por saber cómo será aquella etapa de mi vida, porque sé o al menos eso creo, que tendré más libertad y no dependeré de nadie para hacer lo que quiera. 
Pero no estamos acá para hablar de mí, sino de mi historia acerca de este año tan inesperado por el cual pasé, este año que me hizo replantearme varias cuestiones y hasta cambiar de parecer acerca de varios hechos. En un principio creí que sería un año común y corriente, sólo un año más, hasta que lo conocí a él. Se llamaba Benjamín, de mi misma edad, cabello castaño, ojos color café, delgado y bastante alto (al menos al lado mío). 
Era 3 de marzo de 2018, día en el que empezábamos un nuevo año escolar, y ahí estaba él, un chico nuevo que pronto estaría en mi misma aula. Cuando lo conocí sentí una sensación muy bella, recuerdo su mirada encantadora y alegre, era simpático y por supuesto atraía a cualquier persona con su forma de ser. No paraba de sonrojarme al verlo o siquiera hablar con él, y hasta titubear al querer decir algo. Claro, cosas que siente cualquier persona enamorada. Comenzamos a hablar cada vez más, y él se acercaba mucho más a mí. Hablábamos todos los días mediante todas las redes sociales posibles, no pasábamos uno sólo sin hablar de cualquier cosa que nos viniera a la mente. Luego de unos dos meses me pidió ser su novia, y yo por supuesto dije que sí. Tal vez si hubiera sabido cómo serían las cosas luego, no hubiera aceptado o quién sabe, estaba tan enamorada y perdida por él, que casi ni pensaba claro. El primer mes de noviazgo fue muy lindo, estábamos más juntos que nunca. Aunque poco a poco, conforme pasaban los días, iba notando algunas cosas que quizás no cualquiera pararía a plantearse. Yo siempre fui de esas personas que no se conforman con las cosas así como así, sino que se preguntan por ellas, el porqué son así, cómo es que son así, qué es lo que está pasando; de esas que notan los detalles, las miradas, entre otras cosas. Entonces, continuando con lo que contaba, poco a poco iba notando que en realidad no me sentía tan bien en esta relación, porque lo que parecía perfecto en un principio, ya no lo era. Noté que en varias ocasiones se acercaba más a mí cuando habían otras personas cerca, se acercaba a besarme y hasta intentaba tocarme el trasero. Yo le seguía la corriente en el comienzo porque estaba tan enamorada que creí que como cualquier novio, sólo quería estar junto a su novia besándola. No hablábamos mucho de nuestras cosas personales, mientras que yo quería saber más de él, él no mostraba interés por mí. Cuando salíamos a caminar (usualmente al Parque Centenario o al Parque Rivadavia) generalmente hacía lo mismo que dije antes, se acercaba para tocarme y besarme. Yo quería pasar momentos con él en donde habláramos como cualquier pareja lo hace, y que nos contáramos cosas o nos riéramos más, pero a él sólo le importaba el contacto físico y no sólo frente a otros, sino que en cualquier parte. En las redes sociales, sobre todo en instagram, casi siempre compartía una historia o publicación de ambos diciendo que me amaba y que siempre estaría a mi lado. Para todos era encantador, muy amoroso, incluso a mis amigas Lucía y Martina (con quienes tengo un grupo) les parecía muy tierno. Si soy sincera, hasta yo misma lo creía en su momento. Por momentos el estar junto a él parecía un sueño del cual no querría despertar jamás, pero por otros volvía a caer en la dura realidad. Si bien estábamos juntos todo el tiempo, cada vez que hablábamos notaba que a él no le importaba en lo absoluto lo que yo dijera, no me escuchaba, era como hablar con la pared. En nuestras conversaciones siempre en algún momento empezaba a hablar de él, pero no a contar sus cosas personales, sino las superficiales como qué hizo en el día, si jugó algún partido de fútbol con sus amigos, si fue al gimnasio, entre otros. Él era el ganador, le iba bien en todo, no le preocupaba nada. Comencé a preguntarme: ¿por qué elegí estar con él?, ¿por qué elegí empezar esto? Parece extraño pero creo que cualquiera que lea esto, diría algo como: “¿pero cómo no te diste cuenta antes?”. Es simple, aparece un chico que aparenta ser simpático y tierno, atractivo, que te hace sentir plena por un tiempo y luego cuando se percata de que caíste en sus redes (por así decirlo), te pregunta si querés ser su novia, lo cual parece casi perfecto al principio. Pero luego es cuando notás (o al menos yo) que ya no sos su pareja, sino un objeto de su imagen, algo que sólo le sirve para decirle a los demás cosas como: “oye no estoy sólo”, “tengo todo y no me falta nada”, “mira lo que tengo al lado mío”, “mira lo que me estoy comiendo”, “soy un ganador”, etc. No sólo era un objeto de su imagen, sino un objeto como tal. Él no me veía como persona, sólo era algo que quería tocar y presumir. A veces me pregunto si siempre fue así y nunca me di cuenta, lo más probable es que sí, siempre fue igual pero yo (así como otras tal vez) me sentí tan bien al ver que un chico como él se acercaba a mí y me quería a su lado, que no me importó nada más. Por otra parte, noté que cuando yo faltaba a clases generalmente me contaban rumores de que él (al igual que hacía conmigo tiempo atrás) coqueteaba con otra chica. Yo nunca creía en lo que me decían los demás porque cuando pasaba eso, siempre hablábamos por whatsapp, lo cual me hacía dudar si eso era cierto o no. “¿Cómo es que mientras que hablaba conmigo, coqueteaba con otra?” eso me preguntaba una y otra vez y mi respuesta era “es imposible, está hablando conmigo y a mí me eligió como novia por algo”, y así negaba cualquier sospecha. Negaba todo y no sólo eso, negaba mis cuestiones acerca de él, negaba lo que pensaba, negaba sus actitudes. Me convencía de que estaba pensando mal y que tenía que confiar en que todo no era más que una simple ilusión, un producto de mi inseguridad y que tenía que disfrutar de mi tiempo con él. Pero nuestra relación llegó a su fin cuando, después de tres meses, me dijo que ya no quería continuar siendo mi novio. Me costó aceptarlo y me sentí peor que nunca, como si no valiera nada. Al día siguiente, cuando entré al colegio, los vi a él y a la chica de la cual trataban esos rumores que mencioné antes, demasiado cerca, coqueteando. Es como si hubiera cambiado un zapato por otro, así de simple. Benjamin estaba como nuevo, para él no pasó nada, para él yo no fui nada. Fue entonces cuando confirmé que todo lo que creía y todo lo que me cuestionaba no estaba mal, en realidad el que estaba mal era él, y claro que yo también por haber aceptado comenzar algo. Luego de casi dos semanas de sentirme prácticamente inservible e inútil, deprimida por lo que había ocurrido, decidí no volver a tener un novio y que estar sola sería lo mejor. Comenzaba septiembre y no me iba a mostrar frente a él como alguien que todavía no había superado una relación, por lo contrario, continué con mi vida con confianza, a pesar de que por dentro me dolía ver la nueva pareja que se había formado en mi misma aula. Septiembre era y es el mes en el cual comienza el tiempo de salidas nocturnas, porque la mayoría de las fiestas de egresados de distintos colegios se festejan en los últimos meses del año. Eso me pareció justo lo que necesitaba en el momento, quería olvidar a mi ex y esa era una posible la solución a mis problemas. Con mis amigas fuimos a una fiesta tras otra, pero la experiencia no fue tan buena como esperaba. En mi afán de querer sentirme mejor y recuperar el bienestar de meses atrás, empecé a desahogarme tomando alcohol y fumando cada vez que salía. Era una forma de evitar sentirme mal, una forma de pasar el momento sin importar qué sucediera. Recuerdo claramente una de aquellas salidas. Nos reunimos a las 21 en la casa de Lucía para prepararnos e ir a la fiesta. Me vestí con un top gris de estilo musculosa y un short corto apretado de color negro, y en los pies me puse zapatillas comunes del mismo color. Me maquillé a mi estilo, un poco de corrector en los párpados, labial color coral suave en los labios, rimel y arqueador para las pestañas, sombra blanca para la zona del lagrimal en cada ojo, un poco de glitter o brillo en los pómulos. Nunca me gustó maquillarme tanto y por eso trataba de no ponerme tantos productos en la cara. Ya cuando todas estábamos listas, la mamá de Lucía nos llevó en auto al boliche en donde sería la fiesta. Llegamos a las 23:50 a Mandarine y faltaban sólo unos minutos y una hora para que todo comenzara. Cuando bajé del auto me acomodé bien el short para que no se levantara, y junto a mis amigas nos dirigimos al parque que estaba al lado izquierdo del boliche. Lucía y Martina sacaron las botellas de vodka que llevaban en una bolsa y que habíamos comprado anteriormente entre todas para tomar juntas esa noche, junto a una caja de jugo baggio de naranja, para hacer la combinación y que no nos cayera tan mal el alcohol. No me sentía bien, mi rostro lo mostraba, mi mirada estaba muerta, sentía miles de inseguridades, no podía reír, sentía que algo no iba bien. Justamente por eso en cuanto pude, tomé la mayor cantidad de alcohol posible. Eran las 00:20 y ya nos habíamos tomado todo, sólo sobraba un poco de jugo. Yo estaba mareada, ya no me sentía mal, todo iba bien, todo era de color rosa, el alcohol ya me había hecho efecto al igual que a mis amigas, pero sobre todo a mí. Miraba a mi alrededor y notaba cómo la mayoría de los chicos que estaban cerca nos miraban todo menos la cara, aunque no me importaba, ya todo me daba igual, pero aún así me daba cuenta. Uno de ellos me miraba de arriba para abajo sin parar, como si me estuviera escaneando, como si él fuera una persona callejera sin comer desde hace un largo tiempo y estuviera viendo un banquete de comida por primera vez. Como dije, al estar bajo el efecto del alcohol, todo me daba igual, quería olvidar mis penas. A las 00:55, fuimos a formar la fila para entrar a la discoteca, otra vez nos miraban unos chicos que estaban detrás nuestro. Entre mi abdomen y el short tenía mi celular, el cual dentro de la funda llevaba el dni y la entrada. Cuando llegó mi turno de darle la entrada y el dni a la chica de seguridad, casi se me caen y delato mi estado de alcoholismo, pero por suerte ella no se percató y pude pasar bien. Caminamos un poco con mis amigas hasta llegar finalmente a la entrada. Cuando ingresamos era todo oscuro y la música retumbaba en mis oídos. Empezamos a bailar y cantar las canciones divirtiéndonos, mientras de nuevo nos miraban unos chicos, con esa mirada tan desagradable. Uno se acercó a mí y me invitó a bailar, yo acepté. Tan sólo unos segundos después me besó, y empezó a intentar tocarme. Me daba igual que me besara porque eso me hacía sentir bien de alguna forma, pero no quería que me tocara, era demasiado incómodo para mí. Después de varios intentos, me dijo que vayamos a otro lugar, un lugar más apartado. Estaba tan alcoholizada que no escuché bien qué fue lo que dijo, además de que la música estaba muy alta. Entonces me agarró de la mano y me llevó junto a él hacia el otro extremo del salón. Yo no entendía nada, estaba perdida, mi mente estaba totalmente perdida. Llegamos a un rincón en donde estaban también otras pocas parejas besándose. Fue ese momento en el cual el tiempo se detuvo para mí. Al llegar apoya su espalda contra la pared, sus ojos me miran, su mano sigue sosteniendo la mía. De un segundo al otro me acerca más a él, y de un sólo tirón me aprieta contra su pecho, sus brazos comienzan a rodearme. Sus labios tocan los míos y me besan, mientras que sus manos comienzan a moverse sobre todo mi cuerpo, siento su respiración. Mientras nos besamos, una de sus manos toca mi espalda y baja lentamente, cada vez acercándose más a mi trasero. Su otra mano sigue a la primera, tocando desde mi cintura hasta abajo. Su mano derecha logra tocar una de mis nalgas, apretándola con la yema de cada uno de sus dedos. A pesar de estar alcoholizada, siento una gran incomodidad, una sensación desagradable, una sensación que luego sería inolvidable (pero no de las buenas), me siento un objeto de nuevo. Intentando parar la situación, coloco una de mis manos en su pecho y lo alejo. Mis labios ya no rozan los suyos, sus manos ya no tocan mi cuerpo. Pude apartarme finalmente y volver con mis amigas. Seguimos bailando, de todas formas no sabía bien qué sentir, sólo pasaba el momento. Al terminar la noche, a las 5:30 cada una volvió a su casa. Dormí sin pensarlo dos veces, ya estaba demasiado cansada. Cuando desperté me sentí horrible, ya no disfrutaba nada de lo que había pasado, sentí tanto vacío que no sabría cómo explicarlo, el efecto del alcohol ya no estaba en mí. Recordé una y otra vez ese momento, como si en mi mente se estuviera repitiendo una escena de una película sin parar. Las sensaciones volvieron a mí y entonces comencé a pensar en varias cosas. No me gustó en lo absoluto no sólo ese momento, sino tan sólo el hecho de que al ir a esas fiestas todas las mujeres llevábamos puesto algo sumamente apretado, mostrando casi todo nuestro cuerpo; mientras que por otro lado los hombres sólo tenían una remera común y corriente, junto a un jean o cualquier pantalón. Es como si nosotras fuéramos el objeto de consumo y claramente ellos fueran los consumidores. ¿Nada más nos ven así?, ¿no somos nada para ellos?, ¿no somos más que un cuerpo?, ¿hace falta decirles que al igual que ellos, somos personas? Esa sensación de incomodidad la sentí en casi todas partes, sentirme observada por un hombre de una forma tan obscena ya no era nada nuevo para mí, después de todo es lo que me pasaba y aún me pasa tan sólo al salir de mi casa. Siempre fue desagradable el hecho de sentirme observada y recibir comentarios como: “estás re buena”, “tenes alto culo”, “hermosa”; pero eso no significa que sea normal. Este año me ayudó a comprender aún más en qué situación nos encontramos las mujeres y que pronto tendríamos que abrirle los ojos a esta sociedad. 

 

bottom of page