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La guerra contra la cuarentena

por Lourdes Castro

Prólogo
Me encontraba en paz. A finales de febrero del año 2020 nos acechaban varios acontecimientos: llegaba el famoso UPD de 5°; empezaría mi primer año como animadora en la Escuadra 3 Don Bosco de Almagro; empezaría la temporada entre clubes de voley; definiría mi futuro vocacional…
Pero en la primera semana de clases, las cuales empezaron el 9 de marzo, una noticia empezó a repercutir en varios países: el Coronavirus o científicamente llamado, Covid-19.
Había comenzado en China, muchas son las razones por las que se explica este fenómeno, pero no lo sabremos exactamente. Estando del otro lado del mundo, nunca pensamos en lo que iba a pasar, pero por no darle la importancia que se merecía, países híper importantes como España, Italia y Alemania sufrieron las mismas consecuencias que China, pero aún más graves. 
Este virus arrasa con sociedades enteras. Genera síntomas como fiebre, pérdida de sentidos, como olfato o gusto, o problemas respiratorios, y en su punto más grave causa la muerte. Con estudios se comprobaron varias cosas, como que hay gente asintomática pero puede contagiar el virus; a las personas mayores de 65 años, embarazadas o aquellos que poseen enfermedades graves (hipertensión, asma, diabetes) se los considera “personas de riego” porque pueden ser afectados más gravemente que otros. Es muy posible contagiarse mediante la boca, nariz u ojos. 
En esa primera semana de clases ya había llegado el primer caso a la Argentina y ya corrían por todos los medios de comunicación doctores advirtiendo las medidas de seguridad: lavarse las manos en todo momento, dejar de saludar con besos, evitar tocarse la cara, etc. Luego de 5 casos (de personas que venían de países de riesgo), se les obligó a aquellos repatriados, mantener una cuarentena de 15 días antes de poder salir a hacer vida normal. Para cuando se detectó el primer caso de contagio local, las clases, recitales, clubes y reuniones fueron suspendidas. Aquí empezaba el infierno para adolescentes y padres con hijos. Luego de una semana, en la que se sumaron más casos, el Presidente Alberto Fernández salió por cadena nacional a anunciar una cuarentena obligatoria, y fue cuando todos empezamos a cambiar. 


Era viernes 13, gracioso porque siempre me pareció de mala suerte ese número. Había terminado nuestra primera semana del que sería nuestro último año de cárcel, de colegio (o al menos la que estábamos acostumbrados a estar). Volvíamos a casa, su casa, para almorzar juntos. En el camino compramos comida, y hablábamos sobre qué íbamos a hacer si tomaban esa decisión, si realmente era tan grave, si verdaderamente habría cuarentena... Nos pasamos la tarde juntos, abrazados, pensando que íbamos a seguir viéndonos como siempre. 
Al día siguiente corrían noticias por todos lados, los programas de chimento, como siempre, parecían saber antes de que todos lo que pasaría. Terminé mi día feliz, contenta, tranquila, ya suponíamos que las clases no volverían, pero no esperaba tal magnitud.
El domingo me quedé en cama. El dolor de cabeza me mataba, era un constante sufrimiento. El tambor me retumbaba una y otra vez. Tenía cosas que hacer, pero el dolor me lo impedía. No me dejaba pensar, ni moverme, ni comer. Una, dos, tres aspirinas y seguía ahí. Una, dos y tres siestas, pero no paraba. Cené galletitas de agua con un mate cocido azucarado. Daba un mordisco y tomaba un sorbo. Me costaba hasta agarrar la taza, más estando acostada. Me dormí sin pensar en lo que seguiría al próximo día, sin pesar en la tarea o si me levantaría temprano.
Pasé tres días en casa, ya no había clases, mi hermana y mi mamá estuvieron conmigo. Ella es profesora, por lo que tampoco iba al colegio.
Al cuarto día sin clases lo volví a ver.  A él. Esta vez vino a casa, y después de una tarde tomando mates decidimos salir a caminar. Había algo raro en él así que le pregunté. Me esquivaba el tema, me decía no sé. Siempre nos costó decir lo que sentíamos, creo que eso en cierto punto nos une más el uno con el otro, la empatía. Logramos hablar, y llegar a un acuerdo en la relación. Me acompañó a casa. Nuestro último abrazo era todo lo que me iba a quedar después de ese día. 
Ya éramos conscientes de lo que venía, iba a ser complicado verse. Iba a ser ilegal, multado.
Ya era viernes cuando salió el Presidente de la Nación a hablar, anunciaba que la OMS (Organización Mundial de la Salud) dictaba al Covid-19 como una pandemia. Nuestro país se iba a sumar completamente a una cuarentena de 15 días obligatoria. Nadie debía salir, sólo a comprar medicamentos o recursos de urgencia.
Respiré profundamente, asimilaba todo lo que implicaba en mi rutina. Sin amigos, sin rutina, sin club, sin competencias, sin equipo, sin salir a pasear, sin tomar aire, sin salir a pensar, sin él. La angustia me empezó a consumir, desde lo más profundo de mi ser sentí que algo se hundía, como si se abriese un vacío que crecía, a medida que pensaba lo que perdía, el sentimiento se extendía. Me llené de mal humor, enojo. No sentí la necesidad de gritar, ni lanzar malas palabras a quien creía culpable, así que seguí respirando profundamente. A partir de ese día la vida de todos daba un giro repentino. Íbamos a cambiar hábitos, actividades. La familia iba a ser un constante desafío, todos los días una aventura distinta. Sólo esperaba no caer en una profunda depresión, llorar todos los días, vivir frustrada y enojada, alejando a todos los que se me presentarían en nombre de la ayuda. No quería aislarme. No de ese modo.
...

Al fin viernes, los días en los que voy a donde quiero, hago lo quiero y soy libre de volver cuando quiera a casa. Me encanta porque nunca sé dónde voy a terminar, o con quién. Esa intriga me genera adrenalina de la buena. 
Ansiaba la hora de salida para verla. Nos veíamos casi todos los días, pero no nos importaba a dónde, porque sabía que donde fuese que nos juntáramos ella iba a estar conmigo. 
Para el siguiente lunes ya no teníamos clases, fue algo muy raro porque me pase todo el día en mi casa y yo soy mucho de estar afuera.
A los pocos días la angustia de no verla iba creciendo así que no aguanté y el miércoles de esa misma semana decidí verla. Cuando llegué la vi mal, triste, angustiada, desanimada, aunque todavía no era aislamiento obligatorio sabía que la cuarentena iba a ser difícil para ambos así que luego de un tiempo dentro decidimos salir a caminar, para poder hablar más tranquilos.
Caminando por la avenida Corrientes nos encontramos un poco distantes. Nos detuvimos en una esquina y hablamos, un abrazo acompañado de un beso fue la manera de entender y expresar lo que pasaba, la angustia que se avecinaba y los miedos de ambos. Volviendo a su casa fantaseábamos sobre las posibles actividades que haríamos al terminar la cuarentena.
La despedida fue de lo más triste que me pasó. Sabía que por mucho tiempo no la iba a poder ver. Iba a ser difícil e íbamos a estar tristes, dependientes. La única opción era esperar. De a poco me cayó la ficha, la posta de no compartir momentos, aventuras, anécdotas, nada de eso o por lo menos no de la manera que acostumbrábamos. A partir de ese día en el que Alberto Fernández nos “quitaba la libertad”, para cuidar a nuestra sociedad, se hizo muy útil la idea de las videollamadas. La tecnología en nuestro siglo ya había avanzado lo suficiente como para no olvidar cómo ella era, cómo lucía, cómo hablaba. 
Nuestra rutina cambió. Ya no paseábamos por ahí sin rumbo, ya no había abrazos ni besos, pero habíamos adoptado realizar constantes llamadas nocturnas. Hablábamos de todo, era como si no hubiese distancia entre nosotros, todo con total naturalidad.

...
Al principio se sentía como vacaciones. No había entrenamiento, no había colegio, no teníamos la obligación de levantarnos temprano. Nunca fui una gran fanática de las series, por lo que no vi ninguna esos días. Me limité a levantarme relativamente temprano. “Madrugada” dirían aquellos que pierden la noción de la hora del sueño con la falta de rutina. Dibujaba durante la mañana, analizaba mis primeras tareas durante la tarde. Estaba tranquila, no sabíamos qué pasaría con el colegio por lo que no me sentía apurada a entregar nada. Disfrutaba de dibujar a la mañana. Todavía no se sentía al puro otoño, por lo que los rayitos de sol que entraban por mi balcón me daban la suficiente claridad como para no abrir de par en par la cortina. Dibujaba tranquila, apenas se notaba el trazo gris de mi lápiz negro. Me tomaba mi tiempo para calcular cada espacio de mis bocetos. Me dejaba llevar por lo que se formaba en la hoja. Siempre se formaban figuras humanas, lo más realista posible. Muchas veces con el pensamiento de él en mi cabeza. De ambos. Juntos. Creando situaciones ficticias de los dos, disfrutando de nuestra compañía, como si fuera el mundo perfecto, donde estamos solos y el tiempo no existe.
Ya terminaba marzo cuando el colegio ya había adoptado la aplicación Classroom, donde los profes suben tarea y los alumnos tenemos la posibilidad de hacer comentarios y subir respuestas. Ya había fechas de entrega, trabajos en grupos y tarea. Había perdido el hábito de dibujar por las mañanas, tranquila. Ahora tenía dibujos incompletos, ideas a la espera de ser puestas sobre papel. Pero no pude, solo mis trabajos me mantenían mañana y tarde. 
Logré mantener cierta rutina de sueño, comía y me dormía temprano. Sabía que si volvíamos pronto, no sólo iba a tener más bolsas en los ojos que Papá Noel en Navidad, sino que iba a costar levantarme, rendiría menos en el colegio, en el entrenamiento y en mi vida diaria. 

El presidente había dictaminado 15 días de cuarentena obligatoria. Pasaban los días y ya aceptaba la idea de más días de aislamiento. Aceptaba el encierro a largo plazo. Aun así mantuve una mínima esperanza por volver a verla.
Faltaban 7 días para la definición del alargue o no de la cuarentena. Por todos los medios ya se asimilaba la idea de días, incluso meses de encierro. Era marzo y la gente hablaba de cancelar las vacaciones de invierno. Una locura que hacía más difícil estar en casa. Uno de esos días, que parecía un feriado o un sábado constante, lloré, no sé por qué pero necesitaba hacerlo. Me encontré en mi humilde balcón solo, con los recuerdos de nosotros juntos. La necesitaba a ella. Sus abrazos, su cuerpo contra el mío.
Empezábamos abril cuando claramente se cumplió la peor pesadilla de toda Argentina: la extensión de la cuarentena. Hasta el final de Semana Santa obligatoriamente encerrados. Pero con excepción de aquellos que debían trabajar para mantener la sociedad a flote e informada, como la policía, los encargados de la salud, periodistas, barrenderos, etc. Sería una gran oportunidad porque serían 4 días como feriados, por lo que menos gente saldría a trabajar o comprar.
Socialmente habíamos adoptado una rutina, todos los días a las 21.00 hs todos salían a sus balcones a aplaudir a los médicos y a todos aquellos ya nombrados que arriesgaban su vida todos los días. Si bien es su trabajo y toda su vida se arriesgaron a salvar la vida de otros, en este momento era crucial agradecerles y unirnos como personas en empatía y humildad. 
El colegio me tenía cansado, pero aun así hacía lo que me mandaban. Empezamos a hacer clases virtuales, o al menos poder sacar dudas, era gracioso porque como dentro de un aula, en la llamada hay de todo. Algunos no activaban cámara ni video, otros alguna de las dos, y muy pocos activaban ambas. Estando en pijama, con algún familiar gritando, o incluso las mascotas frente a la cámara, las llamadas se realizaron sin importar nada. Algunos mantenían el “horario” del colegio, y nos reunían a las 11 o 10 am, mientras que algunos ni llamadas hacían.
El club también había decidido crear una rutina. De repente me encontré de lunes a viernes haciendo físico una hora. Obviamente es excelente para la salud y no perdería mi estado físico (ya me sentía como una bola de fraile rellena de dulce de leche y grasa), pero admito que me gustaba esa sensación de libertad y vacaciones donde no estaba comprometido a ninguna actividad. Me gusta la libertad de poder hacer lo que quiera, pero esta no era esa realidad.

Ya estaba harta, el mes de abril pasaba y yo seguía encerrada, sin él. Ya había tenido mis “crisis” en las que me despertaba triste, lloraba porque sí y todo lo que me decían, hacían o no hacían me irritaba. No soportaba consejos ni que me vieran en mi propia casa así. Me encerraba en mis auriculares, música lo más alta posible y tarea. Porque así me encontraba todos los días. Odio no hacer nada, pero peor me hace hacer de todo y no poder descansar de ello. 
Al contrario de muchos, yo veo la tele, en especial los de chismes, por diversión. Fueron invitando médicos para que cada uno diera su predicción, lo cual me angustiaba más. Todos los días, aunque no lo sintiera, la tristeza me consumía más y más. Llegó a mí lo que creí que era hipocondría, sentía que cualquier profesional podría diagnosticarme depresión o angustia grave, no sé. Todo se nublaba en esos momentos y solo necesitaba descargar. En mi realidad perfecta él hubiera venido corriendo a casa a consolarme, me sentiría acompañada, aunque sea en silencio, estaríamos juntos. Pero no era esa realidad.
Aquellos días en los que Alberto daba sus comunicados tristemente esperados, me deprimía. El día anterior ya lo tenía asimilado, pero el día del anuncio aun así me venía abajo, como un árbol cortado pero con cinta, sabemos que se va caer pero mantenemos algo de esperanza que también se cae, cuando el mismo árbol cae.
Mis ejercicios se habían hecho rutina con el club, donde 3 veces por semana ejercitábamos todas juntas (mi equipo de voley) durante 1 hora. En las últimas semanas se nos propuso hacer juegos juntas, los domingos a la noche nos reíamos entre todas de lo que nos proponía la entrenadora. Era liberador y enriquecedor para volver a las canchas más unidas.
La escuadra de la que soy parte también. Este es mi primer año animando exploradoras más chiquitas. Tenía muchas expectativas, miedos, pero por suerte ninguno de esos miedos se cumplió. Decidimos hacer llamadas por aquella plataforma de videollamadas “Zoom”, empezamos con juegos, preguntas sobre cómo pasaban ellas la cuarentena, si habían cocinado, si se habían cortado el pelo, bañado, etc.
Con todos estos ámbitos construí mi rutina, algo muy recomendado en estos tiempos, era como hacer vida normal pero a través de la pantalla: entrenaba por videollamada, tenía exploradoras por videollamada, clases por videollamada; todas a un horario semanal distinto. Como mi sueño no se había desviado empecé a tranquilizarme, porque podía conectarme a la mañana con mis profesores, hacía mi tarea a tiempo, después del almuerzo y algo de tele volvía a adelantar alguna tarea, dejaba el ámbito colegio para respirar un poco, entrenaba y luego me duchaba (es cuarentena pero aun así mantengo mi limpieza) y finalmente cenaba en familia y me iba a dormir. En realidad me iba a acostar, porque hacer llamadas con él antes de dormir también se volvió una rutina, una hermosa parte de mi rutina.
Al ver todo esto entiendo y siento a mi cuarentena mucho más liviana, mi rutina mantiene mi cabeza ocupada, aunque también me doy mis días de descanso. Pero respetar mis horarios me ayuda a no sobrecargarme de cierto ámbito, como hacer todo un día estudio o entrenamiento. Acepto mucho más las extensiones de la cuarentena porque sólo escucho aquellos datos oficiales del Presidente, que no especula sobre lo que va a pasar. Se dicen los datos, la decisión sobre el aislamiento y se nos incentiva a seguir así, porque hay cambios reales, y no es el momento para romper con todo eso. 
Lo extraño, y demasiado, pero romper la cuarentena por nosotros estaría mal, ilegal y sería mucho más que egoísta. Nos gana el respeto antes que la culpa. No sería rebeldía sino irresponsabilidad, y ya estamos grandes para confundir estos términos.

Lamentablemente llegó el día que más miedo me daba: discutir con ella. Obviamente fue una pavada, pero en contexto de cuarentena, cualquier detalle podría ser tema de discusión. Tal fue el impacto que me generó, que la angustia me afectó físicamente. Presentábamos puntos de vista completamente opuestos, y encima debíamos utilizar la llamada como mediadora, cuando a ninguno le gusta discutir si no es cara a cara. Aun así logramos calmarnos, y después de un llanto entendimos el nivel con el que el encierro nos había afectado, individualmente y como pareja.
Hubo días que desperté con ganas de salir corriendo hacia ella, pero sabía que muchas cosas me lo impedirían.


Abril ya me tenía cansado. Descubrí que me afectaba enormemente el último día antes de que hablara el Presidente, porque aunque fuese irreal mantenía una pequeña esperanza de que hubiera alguna excepción y así poder verla, y el día en el que volvía a comenzar el aislamiento, porque caía en la realidad de nuevo de tener que esperar otras dos semanas para llenarme de esperanza, de poder salir y correr hacia ella, de tener su amor y alegría. Reemplazaba su cariño con música que me recordaba a ella, té y dibujos que anteriormente me había regalado.
Ocupaba mis días con trabajos que el colegio me dejaba, entrenamientos y llamadas nocturnas. Todo se volvía muy monótono, por ende irritante para mí, pero esa última actividad me permitía disfrutar de ella el mejor momento, el final del día donde ya estás muy exhausto como para fingir y todos tus sentimientos salen a flote. Disfrutaba de su sinceridad. No eran largas charlas, pero sí eran reconfortantes.
Esa monotonía se mantuvo, porque me encontré en una rutina constante: me despertaba, estudiaba, almorzaba, descansaba, tenía entrenamiento, me duchaba, cenaba y dormía. 
Lo único que rompía mi rutina eran los días en los que se anunciaba la extensión de la cuarentena. Esos días se convertían en pura tristeza y angustia. Necesitaba que terminara todo.
Mis sábados eran interminables. Tenía clases obligatorias de inglés durante 4 hs, lo cual empeoraba mi humor cada vez más.
A pesar de ello, logré pensar en mí y lo que me pasaba frente a todo esto. No fue bueno porque noté que mi sueño había empeorado, me despertaba más veces de las normales (para mí), me dormía a horas razonables, pero sin razón me despertaba a las 6 am, o incluso con dolores de panza que aún no sé de dónde surgían. También logré recordar mis sueños, e implementé como rutina anotarlos y mandárselos a ella, y viceversa. Otro hábito adquirido a mi rutina que me alegraba.
Mi familia no era muy distinta a mí, todos nos manteníamos lamentablemente en el mismo nivel de irritabilidad. Constantemente discutía con mi mamá. Dejábamos el ambiente totalmente tenso. Al menos concordábamos en algo: queríamos salir y tomar aire uno del otro, queríamos que todo terminara. Deseábamos ver familiares, otras caras.
A pesar de eso disfruté de mi hermanito, apenas con 4 años. Debía mantenerse constantemente activo. Buscamos muchas formas: televisión, jueguitos con algún juguete o de manera virtual. Él ama disfrazarse, por lo que fingir personajes lo mantenía bastante distraído. Tambíen personajes de algunas series, como Peppa Pig, se volvieron muy útiles a la hora de entretenerlo. Debíamos lograr que se mantuviera más de 20 minutos en alguna actividad así cada uno lograba cumplir con sus responsabilidades diarias. Muchas veces se encargó mi mamá, pero yo también fui responsable con él, sino sería un completo desastre en la casa todos los días, con un pequeño que constantemente necesitaba atención. Era como si comiera azúcar en cada comida, su energía se mantenía al 100 por ciento y nunca se acababa, sólo en la hora de dormir. (1)

No estamos solos, lo sabemos. Tenemos amigos en las mismas o en distintas situaciones. Hay compañeros con ansiedad realmente diagnosticada, que la pasan mal. Y amigos que también extrañan a sus parejas, pero cada uno se mantiene a su  manera. Intentamos llamarnos, vernos por videollamadas. A veces de a dos, a veces todos juntos. Ya sea por un cumpleaños o por un trabajo práctico, buscamos la manera de no olvidar nuestras caras, risas, y voz.


Epílogo
Luego de poner en palabras íntimas lo que sucede en la cabeza y corazón de ambos adolescentes en cuarentena, podemos notar el impacto que tiene en sus vidas. Todos los días en los que el presidente salía hablar era una excusa para liberar todo aquello guardado que les estaba pasando.
Con el paso de los días se llegaron a 40 días de cuarentena (su real significado, 40). El pueblo donde todo había comenzado, Wuhan, ya había salido de su encierro, sus clases habían empezado. Todas las personas se movilizaban con barbijos o tapabocas, se desinfectaban antes de entrar a cualquier instalación.
¿Será así como volveremos nosotros después de todo esto?
Países como España, Italia y Francia también habían tenido ciertas excepciones, pero por irresponsabilidad tuvieron brotes del virus que los obligó a volver al aislamiento obligatorio.
Estados Unidos, con Donald Trump al frente; y Brasil, con Bolsonaro, han desafiado al virus y a la OMS como si fuera una gripe normal. Trump se desprendió de la misma organización y decidió no financiarla más. Actualmente este país posee la mayor cantidad de infectados en el mundo, superando al millón de personas; mientras que su cantidad de fallecidos aumenta cada día más.
En Argentina nos encontramos divididos por la cantidad de gente que se concentra en el Gran Buenos Aires y la capital a comparación de las demás provincias. Durante ese período se desarrolló un plan de salida de la cuarentena que contiene 5 fases. Todo el país se encontraba en la número 3, pero después de casos en geriátricos y en doctores, se dictaminó que para los 50 días de encierro todo el país pasaría a la fase 4, mientras que el Amba seguiría con la fase 3 hasta ver mejoras. El Jefe de Gobierno dio un aviso en el que dijo que habría excepciones de manera gradual, como ciertos comercios, pero debemos ser cautelosos, si no sufriremos un retroceso igual al de países como España o Italia.

 

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